Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1887 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 23 de marzo de 1887
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Montilla
Número y páginas del Diario de Sesiones: 53, 1376-1378
Tema: Incompatibilidades y casos de reelección

No he de hablar yo de exageraciones cometidas por el Sr. Montilla, porque él mismo las ha reconocido. (El Sr. Montilla: Pido la palabra. -Risas). Y ahora mismo acaba de realizar otra (Risas), porque no hay motivo justificado para pedir la palabra, puesto que nada he dicho aún, como no sea cometiendo una verdadera exageración. Y me fundo para afirmar que S.S. mismo las ha reconocido, porque lo ha hecho al suponer que yo se las había de echar en cara.

Agradezco a S.S. las inspiraciones que procura tomar en mis discursos, porque eso prueba, por lo [1376] menos, que le gustan. (El Sr. Montilla: Mucho). Pues me alegro que le gusten; yo no tengo ese entretenimiento, porque como a mí no me parece bien, jamás leo mis discursos; pero, en fin, tome S.S. de mis discursos todas las inspiraciones que quiera y que bien le parezca, pero tómelas y expóngalas con oportunidad, porque lo que puede ser violencia en un momento dado, acaso sea en otro una cosa normal y corriente; y de olvidar esto, tal vez vaya S.S. a vestirse con trajes de gala y de fiesta en una ocasión de duelo, que es lo que ha hecho esta tarde.

Porque, Sres. Diputados, no parece sino que es nuevo lo que hoy sucede. Todas las cuestiones de incompatibilidad y de actas, han dado en todas ocasiones y en todos los Parlamentos lugar a debates apasionados, como no puede menos de suceder; aquí en cuestión de incompatibilidad se han reñido grandes batallas de partido a partido. Algunos de esos partidos no tendrían razón y, sin embargo, sostuvieron luchas tenaces y apasionadas, más grandes y apasionadas que cuando se trataban los asuntos más importantes del Estado. Esto prueba: primero, que estas cuestiones son propicias a esas contiendas; y segundo, que en muchos casos pueden ser dudosas, y precisamente esta cuestión que estamos tratando es una que viene por primera vez al Parlamento, porque yo, que soy Diputado muy antiguo, no recuerdo haber oído discusión ninguna sobre la compatibilidad de los jueces municipales y de los relatores de Audiencia, y, sin embargo, recuerdo haber visto aquí jueces municipales y relatores de Audiencia.

Por consiguiente, el caso no es extraordinario; puede haber dudas en la oposición, en la mayoría y en las minorías, y en caso de duda declaro que no tiene nada de particular que los amigos se dividan; y declaro más: que en caso de duda, y yo no sé si ésta lo es, mayorías y minorías debieran inclinarse a favor del interesado, porque eso es natural y lógico.

He ahí explicitado por qué entiendo que son naturales estas dificultades; y como son naturales, de la misma manera que lo son las que se presentan en las cuestiones de actas, el Gobierno se ha propuesto no inmiscuirse en ellas ni en nada que se relacione con la organización interior del Congreso, y ha hecho esto precisamente a favor de las minorías, a favor de la oposición, porque respecto de la mayoría no tendría peligro ninguno en intervenir bajo todas formas. Pero ¡ah, Sres. Diputados! si se tratara de cuestiones de actas o de incompatibilidad, y en ellas estuviera interesado uno de las minorías y el Gobierno tomara la iniciativa y trabajara y votara, ¡qué cosas dirían del Gobierno las minorías y las oposiciones, acusándole de que quería influir en las resoluciones que competen al Congreso! ¿Cuántos cargos no se harían al Gobierno?

Para evitar, pues, esos peligros, esos cargos de las minorías y esos ataques que, con razón, nos dirigirían las oposiciones, el Gobierno ha tenido grandísima escrupulosidad para no mezclarse ni en cuestiones de actas ni en cuestiones de incompatibilidades; y ha tenido una escrupulosidad tal que igual podrá haberla observado algún otro Gobierno, pero mayor ninguno. Yo, Presidente del Consejo de Ministros, declaro aquí, sin temor de ser por nadie desmentido, que no he hablado a un solo individuo de la Comisión de actas desde que este Congreso se reunió; que no he influido en ninguna cuestión de actas ni en contra ni a favor de nadie, y exactamente lo mismo me ha sucedido en las cuestiones de incompatibilidades. Yo debo declarar, que con los individuos de esta Comisión, no he hablado más que cuando me expresaron su disgusto, el disgusto que sienten con fundamento; porque la Comisión, al fin y al cabo, se considera con razón respetable y ponente del Congreso y, por tanto, de la mayoría, teniendo, por consiguiente, la pretensión de que en estas cuestiones, como en las demás sobre que hubiere de dictaminar, estaría la mayoría a su lado, puesto que la mayoría la eligió; y esta Comisión, repito, se dolió de que en el primer dictamen que presentó fuese por la mayoría derrotada, como ha dicho muy bien el Sr. Angulo, y como yo también lo afirmo, entendiendo aquel que una de las causas que contribuyeron a esa derrota fue la poca autoridad que le quedaba; porque esta Comisión había sido elegida en la legislatura anterior.

La Comisión, con alguna anterioridad, convencida de que por esta causa carecía de autoridad, manifestó el deseo de que la Comisión que le sucediera fuese la que dictaminara sobre todos los casos que habían quedado pendientes, porque ella creía haber terminado su misión y no tener autoridad bastante para continuar dando dictámenes; y la derrota que sufrió en el primer dictamen puesto a discusión, la confirmaba en esta creencia. Pero nos encontramos con una dificultad; nos encontramos con que, según los precedentes, la Comisión nombrada en esta segunda legislatura no debía entender más que en aquellos casos que en la legislatura se presentaran, y que la Comisión elegida en la legislatura anterior debía entender en todos aquellos de que ya conoció antes de empezar la segunda legislatura. Entonces se convino en que, en efecto, esta Comisión no tenía más remedio que continuar dando dictámenes, siquiera se creyese sin la bastante autoridad y fuerza moral para darlos.

Y aquí viene la conferencia que yo celebré con el Sr. Angulo, que yo no he negado jamás: cuando el Sr. Montilla hablaba de una conferencia de mucho aparato, que se había celebrado, yo dije que no había tal; que lo único cierto era que yo había hablado con el Sr. Angulo: lejos de negar, afirmaba lo que el Sr. Montilla decía. Pues bien; yo hablé con el señor Angulo, y me dijo que la retirada de los dictámenes no significaba una protesta contra el voto de la Cámara; el Sr. Angulo, como antiguo Diputado, como muy práctico en estas lides y muy amante del sistema representativo, no se rebela contra ningún acuerdo del Congreso, aunque sea derrotado; lo que el señor Angulo me dijo, fue que una vez que se había acordado que esta Comisión debía continuar emitiendo dictámenes, los daría, pero sintiendo volver a ser derrotada; a lo cual contesté: pues Sr. Angulo, estas cuestiones son difíciles; yo no sé lo que resultará, pero el Gobierno quiere permanecer alejado cuanto sea posible de ellas; no quiere intervenir en estos asuntos, aunque tiene el criterio que ha tenido siempre, de que en estas materias de régimen y organización interior del Congreso, la mayoría estará bien apoyando a la Comisión, porque, al fin y al cabo, es una Comisión que ella ha nombrado; pero el Gobierno no puede pasar de este deseo; después las Cortes, que son juez supremo en este asunto, resolverán lo que tengan por conveniente, y la Comisión y el Gobierno bajarán respetuosamente la cabeza ante el acuerdo de la Cortes, [1377] porque esto es lo liberal, porque esto es lo respetuoso al Parlamento.

Esto ha dicho la Comisión, y esto dice el Gobierno; y es más, no podían menos de decirlo. Pues qué, ¿nos vamos a rebelar contra lo que acuerde la mayoría? ¿A dónde iríamos a parar? Todo eso de la violación de las leyes, tratándose de acuerdos de las mayorías y de acuerdos en asuntos de pura organización interior de la Cámara, no puede decirse sin cometer una exageración de lenguaje, que no habrá encontrado S.S. en mis discursos, a cuya lectura es tan aficionado. Esto es, pues, lo que ha pasado, ni más ni menos. La Comisión, entendiendo que obraba dentro de la ley y que interpretaba la ley tal como debe interpretarse, ha dado unos dictámenes: la mayoría aprobará unos, desechará otros, aprobará todos o desechará todos; pero al fin y al cabo la Comisión cumple con su deber, y la mayoría hace lo que cree más justo y más conveniente, sin que en esto haya motivo de resentimiento para nadie, sin que exista razón para que alguien se considere humillado ante un acuerdo del Congreso, y sin que en esto haya nada de particular, ni suceda cosa alguna que no haya sucedido siempre en todos los partidos y en todas las situaciones en que los partidos se han encontrado en la oposición como en el poder.

Y no exagere S.S. tanto la materia, porque puede mañana salirle a la cara, cuando tenga la pretensión de que alguno de sus compañeros y correligionarios esté en el caso de ser compatible, y crea la mayoría que es incompatible, o al contrario, que todo puede suceder, como ha ocurrido ya. Por consiguiente, no hay que exagerar las cosas. Cada Ministro podrá tener su opinión respecto de los casos en que se encuentren los Diputados. Yo puedo decir que sólo de algunos, de que he hablado con la Comisión, tengo conocimiento, porque de los demás no me he enterado, pero la opinión de los Ministros no ha de influir en la opinión de los Diputados, y podría suceder que un Ministro tuviera una opinión y otro una distinta, acaso muy contraria; pero el Gobierno no puede tener más criterio que el de apoyar el de la Comisión, que al fin, parece criterio oficial, pues que representa a la mayoría de la Cámara.

Después de esto, Sres. Diputados, haced lo que creáis justo, lo que estiméis más conforme a la ley, lo que dentro de vuestra conciencia consideréis mejor, sin que os afecte la exageración con que pinta las cosas el Sr. Montilla, y sin que os preocupen las consecuencias que allá en su imaginación calenturienta cree ver S.S., por estas que llama violaciones de las leyes y por otra porción de quimeras, que yo no sé en dónde las ha aprendido S.S., pero que seguramente no las habrá aprendido en mis discursos. (Aprobación). [1378]



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